Materias Mutantes, por Eugenia Garay Basualdo, 2017
La acción de mutar se refiere al cambio que generalmente se produce en algún organismo vivo.
Acá no es el caso. Las materialidades que se encuentran en estas salas son casi todas inorgánicas. Pero el disparador que inició los procesos productivos de estas artistas fue la mutación. De cómo ellas indagaron las posibilidades que tienen los elementos con los que trabajan para instarlos al cambio. Volviendo sobre la acción de mutar que puede observar un científico que examina microscópicamente a un organismo en un laboratorio, quizás sea más conveniente explicar el vericueto que promovió el uso del término mutante para esta muestra. Los materiales que se exponen han sido forzados a la mutación dado a que solos están imposibilitados de hacerlo; o se los transforma intencionadamente o el paso del tiempo, el clima, o algún otro factor externo se ocupa de ello. En esta ocasión, las artífices de las mutaciones fueron fieles a sus elementos de trabajo y propusieron instalar e intervenir el espacio con los mismos, pero evidenciando el proceso de transformación que deseaban ocasionar en cada uno.
Las tres poseen actitudes constructivas y las utilizaron. Las tres conocen profundamente sus materiales y los coaccionaron. El gesto del forzamiento de cada uno de ellos queda a la vista. Pero además cada una incorporó sus sensibilidades acerca de las materialidades. De esta manera se propusieron encontrar nuevas formas, colores, texturas y expresividades.
Ariela Naftal, en su faceta como ceramista y escultora, toma ese primer material que es el yeso para sacarlo de su ya gastada tradición de ser elemento de molde y convertirlo en obra, al mismo tiempo que recolecta blísteres de todo tipo para arrancarles sus apariencias, y con un procedimiento arqueológico de llenado de los huecos igual al realizado en las ruinas de Pompeya, hace visible eso que ya no está. Estos objetos escultóricos vistos en conjunto se asemejan a fragmentos de una suerte de ciudad del constructivismo ruso, de esas que planearon Rodchenko y Tatlin. Considerémoslas ruinas blancas e impecables, como si no hubieran albergado a nadie, sin huellas pero con restos del polvo del yeso que fue parte de otras que ya no existen. Algo pasó, así haya sido un cataclismo o la mera acción del consumo masivo que hace que todo lo que alguna vez fue pensado y construido para siempre, en algún momento se descartó por otra cosa. Y así nos llenamos de objetos que no sirven, y muchas veces tenemos que seguir conviviendo con ellos.
María Emilia Marroquín, que se mueve entre la escultura y el ready made, rompe y destroza botellas y botellones de vidrio que enmascaran sus aspectos originales. La transformación comienza en el primer golpe y se prolonga en los pedazos del ensamble no fortuito ni desinteresado que genera una enredadera. Alambres de hierro y cobre configuran una estructura de bordes peligrosos. Diversas evocaciones impregnan los reflejos proyectados en la pared de cada uno de los cientos de vidrios de todos los verdes posibles. Hay una autorreferencia: una enredadera que crecía en la pared de una piecita que daba al patio. La captura de esa imagen que pervive en su memoria se suelta en la pared y resurge acompañada de una rama de palmera, único organismo vivo de esta exposición, que es intervenida por otros vidrios puntiagudos, insertados y colgados. Otra costumbre del cotidiano de antaño: poner vidrios en las medianeras de las casas para evitar que los ladrones pasasen de un terreno a otro (o los gatos se cruzasen).
Rita Simoni, artista multidisciplinaria y arquitecta, parte de escombros que fueron encontrados con la impronta del color de los muros a los cuales pertenecieron. En un acto de resiliencia, la entropía es presentada cual resto arqueológico, y va mutando en elementos plásticos reconocibles como un cuadrado con relieves que rescata los primarios tonos, para probar una gran variedad de cambios de estado. Realiza una tarea de deconstrucción experimental total. Aquello que fue realizado al mejor estilo del neoplasticismo se ve transformado en escombros, líquido, luz y, vaya a saber por causa de qué energía, terminó siendo una sustancia informe que se asemeja a la lava volcánica. Una invariante es el rojo en cada uno de los estados. Como si fuera la esencia o el interior de la materia, el color es el que se mantiene. Sin embargo, el escombro como lo que quedó de aquello construido por el humano, como rastro de alguna edificación, con alguna marca tal vez perturbadora, subsiste como presencia material.
Pero Materias Mutantes no termina acá. Naftal, Marroquín y Simoni ensayaron mutaciones durante más de seis meses con la idea de apoderarse de pisos, paredes y techos. Coincidieron en que la mutación debía expandirse al espacio, dado a que si este no mutaba junto a sus obras, el concepto general de la puesta no resultaría efectivo. Pensar en la teatralidad resultó fundamental a la hora de definir el cómo mostrar sus obras, porque tras haber sido concebidas como materias en proceso de mutación, continúan transformándose en el espacio según la luz que las impregne.
Las “materias mutantes” son aquellas que todos tenemos a mano y que con o sin intención, transformamos. Aquí hubo un intenso deseo de transformar, pero también de inquietar y de que aquello que se muestra siga mutando en la mirada de cada visitante.
Eugenia Garay Basualdo, 2017